Elijo con cuidado las palabras mientras una gota de transpiración me delata. –Siempre fui una persona más bien tímida.- arranco- Siempre atragantándome con lo que quiero decir y, cuando finalmente abro la boca, pasa esto.
El policía me mira.
Cuando el aburrimiento y la desesperación arañaban a las parejas del barcito de la YPF entró un hombre con una piba bastante menor y, de repente, todos tuvieron algo de qué hablar.
–Viejo verde.- sentenció, casi con admiración, un flaco que apuraba unas medialunas entre traguitos de café.
Una mujer negaba con la cabeza. –Podría ser su hija.- se indignó.
La pareja sobre la cual se posaban todas las miradas del barcito vino caminando hacia el mostrador. –¿Se puede fumar acá?- preguntó el hombre.
–Se puede.- contesté.
Él señaló hacia los cigarrillos. –Un Lucky de diez, entonces.- pidió, para girar hacia la piba- Y vos, hija, ¿qué querés?
–Una Fanta, pa.- individualizó ella con una sonrisa.
El policía frunce los labios. –En boca cerrada no entran moscas.- me retruca al fin.
–No hay moscas por acá.- contesto, sin entender bien porqué. Creo que quería decirle que no sucede nada extraño. Que hasta luego y buenas noches.
El policía clava su mirada en mis ojos. –Las moscas revuelan sobre la mierda y acá, pibe, acá hay mierda.
El padre y la hija se fueron a sentar. Él abrió su paquete de Lucky y sacó un cigarrillo. Lo encendió mientras ella tomaba un sorbo de Fanta, con la mirada perdida en la estación de servicio. Se sentaron lejos, por lo que no podía escucharlos. Sólo llegaban a mí las conversaciones de las mesas que los miraban con indignación y envidia.
–Para mí que él es un amigo de su viejo.- se equivocaba un hombre, con ese instinto entre telenovelero y chusma que nos puebla- Y se la trinca a escondidas y en el cumpleaños del viejo ella lo toca por abajo de la mesa. Como en las películas, ¿viste? A alguien esas cosas le tienen que pasar.
La mujer a su lado se indignaba. –¿Vos te acostarías con una mina a la que le llevaras tantos años?
El hombre afiló su mirada pero no su lengua. –Si está tan buena como ella, seguro.
–¿Por qué no los podrán dejar tranquilos?- me dije- ¿Por qué esta obsesión por el morbo? Es el papá con su hija después de haber ido al cine nomás.
Ella puso su mano sobre la de él.
–No hay mierda, no hay mierda.- me apuro a negar, nervioso, pensando que estoy a punto de ser arrestado.
El policía me mira. –¿Cómo que no? Padre e hija, pibe, padre e hija…
Él agarró la mano de la hija y la llevó hasta su boca para besarla. Mientras la recorría con sus labios a mí me envolvía un escalofrío. Desvié mi mirada hacia otro lado, aunque todo mi cuerpo me gritaba que siguiera mirando. Giré. Ella agarraba un dedo del padre y se lo pasaba entre los labios.
–Esto no está bien. Esto no está bien.- me dije- La puta madre, esto no está bien.
Decido arriesgarme y preguntarlo. –¿Me van a llevar…?
–¿A dónde?
Me siento un nene. –A la comisaría.
El policía entrecierra los ojos. –No. Ya te tomé la declaración.
Me siento más nene. Nene y en
La familia Ingalls y doblado al español en una voz ñoña. –O sea que no estoy en problemas.
–Los problemas los tienen ellos.
El dedo del hombre pasó la frontera de los labios para entrar a la boca de la hija, que no dejaba de mirarlo a los ojos.
–La puta madre.- repetí- Es la hija… es la hija…- me indigné mientras me rascaba la nuca, nervioso. No sabía qué hacer. Algo en mí me gritaba que tenía que ir ahí y separarlos. Pero algo en mí me recordaba que soy un cobarde. Me sentía incómodo, muy incómodo, más incómodo que cuando vi
La secretaria con mis padres y yo, acostado con jogging, intentaba disimular mi erección para no ser considerado un perverso. Los miré. Ella seguía chupándole el dedo. Agarré el teléfono. Disqué el número de la policía. –Hola, sí, no sé si ustedes se encargan de esto…- empecé, con la voz temblorosa.
–Los problemas los tienen ellos.- repite el policía, mirándome. O disfruta revolcándose en la suciedad o quiere una disculpa.
–No sé si hice bien en llamarlos, si tenía que llamarlos a ustedes o…- digo al fin, inconcluso.
–Sí, pibe. Hiciste bien. ¿Cómo ibas a saber...? Lo único es que le cagaste un poco la noche a ellos.
Frunzo los labios. –O quizá no.
–O quizá no.- acepta- Ahora, ¿a vos te parece? Encamarte con una pendeja que está tan buena, con las tetas tan paradas y el culo tan duro y andar por ahí jugando que es tu hija. Y ella también. Una cosa es que ande gimiendo
papi y otra,
papá.
Niego con la cabeza. –Cada loco con su tema, ¿no?
–Pero no lo entiendo, pibe. Los cuerpos encajan así como están para andar con tanta boludez.
Me encojo de hombros. –Y... así es la música.- digo- Doce notas y un infinito de canciones.