Todo comunica. La expresión recorre, ineludible, a nuestros cuerpos, a cada una de nuestras muecas, miradas, palabras y los tonos con las que las pronunciamos e, incluso, recorre a nuestros silencios. Porque, allá, esos dos, sentados lejos en esa mesita de la esquina, no puedo escuchar qué están diciendo pero no me hace falta para saber de qué están hablando.
Ella le agarra las manos y le confiesa que quiere hacer el amor toda la noche. Él sonríe, divertido, para besarle las manos y mirar hacia otro lado, consciente de la imposibilidad de satisfacer aquel deseo. Ella insiste, casi enamorada. Porque no quiere tener sexo. Quiere que le hagan el amor, diferencia. El hombre, en cambio, suspira. –Veremos…- dice, fingiendo un aire de misterio que finalice la conversación.
–Quiero eso.- reitera la mujer, quizás con un tonito aniñado.
Él se suena el cuello. O, al menos, eso intenta. Se dice que a ella no le alcanza con que la haya invitado al cine y a cenar. Que no le alcanza con ir, hacerlo y a dormir como corresponde. No. Siempre quiere algo más. Maldito complejo de castración, musita, tal vez recordando alguna clase de Psicología del CBC. Porque el pibe tiene pinta de estudiar eso. Letras o algo así sino. Ella insiste y él le pasa la mano por la mejilla, casi paternalmente, mientras asiente con la cabeza. Es propio del hombre querer darle el mundo a su mujer y es propio de ella desear el universo.
–Veremos…- vuelve él- Veremos.
Ella sonríe y su rostro se ilumina. –Toda la noche.- insiste, con esa dificultad que tienen algunas mujeres para acabar, dificultad que llevan a la conversación para girar una y otra vez sobre lo mismo.
–Pero eso no depende tanto de mí.- retruca él, abandonando el aire misterioso de esa única palabra repetida como en un encantamiento.
La mujer frunce el ceño. –¿Cómo?
Él mira el reloj. Calcula el tiempo que los aparta de las cuatro de la mañana. Analiza si es viable decírselo y empezar a discutir. Se pregunta cuánto tiempo tendrán para plantearse el tema y hacer las paces antes de que den las cuatro. Se dice si valdrá la pena. Suspira y decide arriesgarse. –Que tenés que buscarme. Eso. Sino, se complica.- balbucea, con la mirada huidiza.
Ella lleva una mano a su pecho. –¿No… no te caliento?
Él se suena el cuello. O, al menos, eso intenta. –Sí… Pero también tenés que hacer algo.
–¿Cómo? ¿Qué hago mal?
Mira hacia la ventana, buscando coraje. –Es que no hacés nada. Esperás que uno se baje los pantalones y listo.
Ella se le acerca. –Yo hago otras cosas…- dice, con una sonrisa algo pícara.
–Si yo te hago hacerlas.- observa él- Y no funciona así. No es como te venden esas revistas que leés y ese feminismo adolescente que no es otra cosa más que un machismo contrapuesto. La misma estupidez pero invertida. No es así. No es que la sexualidad del hombre es instantánea y burda. Que la sexualidad de la mujer es una obra de arte y la del hombre, apenas funcional. Que el hombre debe erotizar besando, acariciando, tocando y susurrando al oído mientras que la mujer debe erotizar sólo con su cuerpo desnudo, o tal vez con algo de lencería.
Ella frunce el ceño. –Pero… ¿No la pasás bien conmigo?- pregunta, confundida.
–Sí, sí. Pero al pensar y tratarme como que soy funcional me volvés funcional. Uno y a dormir. Te tengo novedades: así no va a ser toda la noche.
La mujer levanta las cejas. –Esas no son novedades.
–¿Pero qué querés? Si no hacés nada para buscarme.- retruca él- Esa es la verdad. Y no te pasa a vos sola. No pienses mal.- tranquiliza- Si me preguntás, esto pasa por poner a la mujer como único objeto de deseo multitudinario. Porque así es como te comportás, y como se comportan muchas. Como un objeto al cual debo desear. No como alguien sexual. Sino como la finalidad de lo sexual. Algo a lo cual se debe llegar. Que el chamuyo y el juego previo sean encarados por el hombre para llegar a la mujer es un claro ejemplo. No me digas que no. Y te juro que, en determinado momento, irrita. ¿Vos tenés idea la cantidad de monosílabos que me decías mientras nos conocíamos por MSN? Miles. Yo sólo preguntaba. Yo sólo proponía temas de conversación. Yo sólo avanzaba. Pero, bueno, son las reglas del juego. Uno debe insistir y subir todos estos escaloncitos hasta llegar a ustedes en ese estúpido pedestal en el que están. Así que, si me querés pedir toda la noche, es tu turno bajarte del pedestal y ensuciarte un poco.
Ella frunce sus labios. Los mismos pueden contener un insulto, una aceptación o una nueva postura. La miro. La miro cuidadosamente. Sus labios se pliegan, anticipando la primera palabra. Pero un hombre gordo se para delante de ella y no puedo verla. Todo comunica salvo la censura.
Me inclino hacia un costado, pero el hombre es en verdad enorme y la sigue tapando. –Maldita comida chatarra.- insulto.
Cuando el gordo termina de incorporarse, se va del barcito. Miro al reloj. Ya son las cuatro. Miro a la pareja. Permanecen en silencio. Intento buscarle un sentido a su silencio cuando giran hacia el reloj. Se levantan y salen del local.
Nunca sabré cómo terminó esa conversación sobre lo esquizofrénica que es nuestra sexualidad, sobre las multitudes que hay entre dos personas en la cama. Nunca sabré, tampoco, si hablaron de estas cuestiones o si hablaron de lo bueno que estaba un capítulo de Alf.
La venganza es un plato que se sirve helado
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Mr. Charlie Star cree que es norteamericano.
Mr. Charlie Star nació en Parque Chacabuco, donde vivió toda su vida.
Mr. Charlie Star fue enviado por la e...
Hace 14 años