Él le besa la mano. Él también.
Y, en esa intimidad, visten de sombra las miradas de todo el bar.
Los griegos andaban a los besitos mucho antes del supuesto nacimiento de Cristo –ser ateo me hace adjetivar aunque no me impide de venderme al Diablo–. Pero, así y todo, tanto tiempo después, que dos tipos anden a los besitos causa escozor.
Dos mujeres no. Porque está más aceptado. Años de pornografía concebida por hombres y su sutil –a veces no tanto– traslado a la publicidad han hecho que sea socialmente más aceptada la homosexualidad en la mujer. Al punto que la mujer no es homosexual. La palabra homosexual está asociada con los hombres. Las mujeres son lesbianas. Una palabra extra. Ajena. Desligada, etimológicamente, con lo sexual. El homosexual es un hombre con su mismo sexo. La lesbiana, una mujer que juega con otra.
2500 años y sigue causando escozor.
Es ridículo.
Como es ridículo su opuesto, esa higiénica aceptación que nos vende la televisión. Series donde un homosexual confiesa su condición de tal ante su familia y estos lo abrazan, diciéndole que están orgullosos. ¿Los heterosexuales tenemos que hacer eso también?
–Papá, me gustan las mujeres.- largaría, con un nudo en la garganta.
Él me abrazaría. –Está bien, hijo, está bien... Te acompañaremos en esto.- diría, casi en un susurro.
¿Es aceptación o es lástima?
En el caso optimista que se trate de aceptación… ¿por qué? ¿Qué asunto tienen los padres en la sexualidad de sus hijos?
–Ahora, todo bien, ¿no? ¿Pero no pueden guardar los besitos para el telo?
De repente, mis preguntas son sucedidas por el interrogante de un brillante cliente. La tolerancia existe hasta el instante en el cual uno se empapa con aquello que tolera. Es inconcebible lo contrario ya que la tolerancia es insostenible. Implica una represión de la agresión, de la discriminación, que aguardan el momento políticamente correcto para salir –series como Will & Grace, chistes en stands up, conversacíones al lado del dispenser del agua–. O salen, hartas de esperar, explotan en el momento más inesperado.
–¡Hip! ¿Qué sucede o-- ¡hip!--- oficial?
–Señor Mel Gibson, no sé si lo notó, pero pasó un semáforo en rojo.
–La culpa la tienen los malditos judíos.
Ese contexto tan absurdo como real se debió porque la tolerancia no pudo soportar más y el cuerpo la vomitó. Porque la diferencia con los judíos –en este caso– no fue aceptada. Fue tolerada. Y, como cualquier resistencia –sea espiritual o la de una máquina de café– que se mantenga funcionando, eventualmente termina por fundirse.
Los dos homosexuales se levantan y, agarrados de la mano, salen del bar. Me pregunto cuánto pasará hasta que la resistencia colapse. 1, 2, 3 y...
La venganza es un plato que se sirve helado
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Mr. Charlie Star cree que es norteamericano.
Mr. Charlie Star nació en Parque Chacabuco, donde vivió toda su vida.
Mr. Charlie Star fue enviado por la e...
Hace 12 años