Una multitud celebraría el hecho, pero no las personas que lo encarnan. Dos mujeres se están besando. Dos mujeres de escasa belleza. Al menos, de esa belleza socialmente aceptable, ese paradigma cruel de cuerpos tersos, breves y lampiños que vomita los medios de comunicación. Quizá mi definición sea peyorativa. Quizá sea una postura no sólo estética sino ética. Y quizás todavía estoy dolido porque una piba me sacó una foto cuando yo iba caminando por la calle y pasé al lado de un afiche de David Beckham. –Son como el Ying y el Yang.- rió ella.
La atención de todo el barcito reposa sobre las lenguas y respiraciones de estas dos mujeres que se entrelazan. –Viste que las lesbianas no son como en los videitos esos que mirás.- codea una piba a su novio.
–No miro videitos.- retruca él, imitándole la voz en la última palabra.
Ella frunce los labios. –Cada vez que en tu compu trato de entrar a Yahoo me aparece abajo YouPorn.- advierte, para llevar el vaso de Coca Cola a sus labios.
Él no responde. Tal vez piensa que, si la realidad es sólo consciencia, con ignorar algo deja de existir. En cambio, viste con su mirada a la pareja de lesbianas. Concilia, como todos los hombres del barcito, la estigmatizada fealdad de esas mujeres con el celebrado ejercicio del lesbianismo. Busca, arriesgo, volverlas únicas y malditas en sus desproporciones y, de esta manera, mantener intacta su fantasía.
–Yo no entiendo porqué los hombres se obsesionan tanto con las lesbianas.- insiste la mujer, dejando su vasito de Coca Cola sobre la mesa.
El hombre se encoje de hombros. –Si te gusta el chocolate, el doble chocolate te va a encantar. Es así.
Ella se acomoda en la silla, clara señal de que no piensa conformarse con la explicación. –Pero las lesbianas son así. No te digo que todas las tortas son feas pero tampoco son esos modelitos que te muestran en The L World o en esos videitos que mirás.
–Bueno, no sé, a mí me gustan.- apura él, para desviar la atención del asunto de los videos.
La mujer agarra el vaso de Coca Cola. –¿Esas dos te gustan?- pregunta, tomando un largo sorbo que le permite ocultar su rostro en el vaso y, desde ahí, espiar la reacción honesta de su pareja.
Él, asqueado, niega con la cabeza. –Muy machonas, muy—
–Claro.- interrumpe ella, dejando el vaso en la mesa- Te calientan mientras sean esas modelitos a las que estás acostumbrado. Te calienta una sexualidad que en verdad no existe, que te la inventan.
Él se encoje de hombros. –Puede ser, no sé.
Ella hace girar el vaso en la mesa, con su mirada perdida en aquellas dos mujeres. –¿Sabés lo que me gustaría?
–¿Encamarte con una mina?- se emociona él.
Ella sonríe. –No. Me gustaría tener una máquina de tiempo.
–Una máquina de tiempo.
–Una máquina de tiempo, sí.
Él resopla. –Con qué cosas salís, ¿eh? Tu cabecita es un misterio.- dice, para acomodarse en la silla- ¿Y cómo es eso de la máquina, a ver…?- curiosea, ya que a esta hora de la madrugada ningún tema de conversación debe ser desaprovechado.
–Me gustaría viajar en el tiempo y ver la primera vez que dos mujeres estuvieron juntas, y que dos hombres. Sin toda la obsesión y la censura que hay hoy en día al respecto. Y también me gustaría ver el primer trío. La primera orgía. La primera relación incestuosa, ¿por qué no? Y la vez que hubo mayor diferencia de edad, o de status social. Ver la primera vez que hubo sexo oral, y anal. La primera vez que una mujer tragó, y que escupió. Eso me gustaría. Ir de almanaque en almanaque, como una voyeurista histórica, observando las primeras veces, viendo a cuerpos sin historia uniéndose por primera vez en la honestidad plena del deseo. Sin pasado en esa unión. Sin prejuicios. Eso me gustaría.
El hombre asiente con la cabeza, lentamente. Mira al reloj. Sin dudas, está deseando tener una máquina del tiempo para avanzar hasta las cuatro de la mañana. –Interesante.- dice apenas.
–Claro que sí.- se ensalza ella- Sin ir más lejos, mirá todo el mambo que tenemos atrás nosotros dos que andamos mirando y espiando y criticando a dos que se dan un beso sólo porque las dos son minas feas. A veces siento como si fuera un pecado que una mujer sea fea. Como si esperaran de nosotras femineidad y delicadeza y belleza siempre en cualquier momento. Algo que si lo pensás es bastante macabro. ¿No?
El hombre pasa una mano por su pelo. –No sé.- musita, para luego bostezar.
–¿Cómo que no?
Él agarra el vaso de Coca Cola de ella y toma un trago. –No sé.- reitera, algo fastidiado- Es más sencillo ver los videitos, sacarse las ganas y listo, antes que andar preguntándose todo esto.
–O sea que preferís calentarte con algo falso, que no existe.- retruca ella, quitándole el vasito- Con una imagen esquizofrénica. No una persona sino un objeto, un objeto ficcional moldeado sólo para—
–Sí, sí.- interrumpe el hombre- Sí.
Ella toma un sorbo de Coca Cola. Lo mira lapidariamente. –Quiero creer que somos iguales. Que hombres y mujeres tenemos las mismas virtudes y defectos, con nuestras particularidades claro está. Pero es inevitable, cuanto más hablo con hombres me doy cuenta. Por más que tenga mi máquina del tiempo voy a encontrar que es así en todas las épocas: el erotismo de la mujer es sutil y delicado como la canción Lady in red y el erotismo del hombre es burdo y accesible como el verdulero diciendo Baratitas las sandias.
La venganza es un plato que se sirve helado
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Mr. Charlie Star cree que es norteamericano.
Mr. Charlie Star nació en Parque Chacabuco, donde vivió toda su vida.
Mr. Charlie Star fue enviado por la e...
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